Te deseo lo neutro, porque estoy cansada de haberte pensado bien, de haberte deseado el bien, de querer que fueras feliz aunque yo fuera una desgraciada, aunque tú me hicieras una desgraciada.
Te deseo lo neutro, porque me he cargado con la culpa y la vergüenza por tenerte rabia, por necesitar compartir mi enfado, mi tristeza, mi frustración, mi ansiedad, mi agotamiento... porque era más importante preservar tu paz interior en detrimento de mi ruina y mi destrucción interna, hasta terminar roída por dentro.
Te deseo lo neutro porque tu imagen se ha ido desdibujando, y ya no recuerdo tu cara con nitidez, ni la fricción de tu mano sobre la mía, ni el tono de tu voz. El concepto que tenía de ti se ha desvanecido, y ahora ni si quiera se me hacen cercanos los motes que te tenía cuando estábamos en la intimidad, nunca en el supermercado o en lugares públicos.
Te deseo lo neutro, porque ya no tengo ni fuerzas ni ganas de desearte el mal. Ni esas migajas quedan.
Te deseo lo neutro porque es lo que único que ahora me define: la indiferencia, la consistencia, la linealidad, el desapego; languidecer de desánimo por días que se hacen eternos sin emoción ni aventura, por la rutina, por las obligaciones, las responsabilidades, las certidumbres y los previstos.
Porque tú te llevaste mi emocionalidad, mi entusiasmo, mi fuego, mi intensidad... y ahora pienso que no podré volver a querer, a desear, a sobrecogerme por otra persona. Sólo un rayo de sol sobre mi cara en una mañana de invierno puede alterarme y, por eso, sólo puedo desearte ya lo neutro.
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