Recibí su mensaje. Me provocó incomodidad. Decido no responder porque priorizo mi bienestar. Cierro esta puerta.
A veces es difícil quedarse con lo bueno de una relación. A veces, y aunque pase el tiempo, no es posible. Creo que el tiempo, efectivamente, pone todo en su lugar; pero que ponga las cosas en su lugar no quiere decir que las coloque en el espacio en el que queremos que las sitúe. A veces se recolocan con desorden, encontrando un lugar en el que "parece" que encajan, como los tendones de mi tobillo cuando no se curaron los esguinces. Y cuando llega ese momento, con distancia, aprecias que el daño que te produjo cómo se desarrollaron los últimos acontecimientos es mayor que la gracia de las cosas bonitas compartidas.
Me he empeñado con tesón en intentar quedarme con una buena imagen de esa persona y de esa etapa, pero no lo he conseguido. Quizás es que no se puede porque no fue bueno para mí. Porque somos personas complejas formadas por capas, y esa última capa que me dejó conocer de él es la que hoy arroja sombra sobre todas las demás.
Mi padre, el día que llegué a casa destrozada y hecha un trapo, me dijo: sólo espero que no hayáis traspasado límites, que no os hayáis faltado el respeto.
Me entristeció y avergonzó saber que sí, que cruzamos todas las líneas. Pero hoy siento que eso mostró lo que necesitaba ver para coger el impulso de alejarme en ese momento. Me fui de allí. Abandoné la casa compartida y la ciudad que nos unió. Hoy estoy en otro lugar, y desde aquí tomo cada día la decisión, esta vez, de alejarle a él de mi vida, de establecer un límite robusto que no le permita entrar en ella y satelitar mi día a día. Y puedo decir que hoy, esa persona, ya no forma parte de mi existencia. No es lo que me hubiera gustado ni lo que nunca me imaginé que ocurriría, pero las cosas a veces simplemente son, existen, sin razones ni argumentos.
Me sigue doliendo, cada día. Cada día un poco menos, pero cada día coexisto con ese dolor. Creo que incluso empiezo a ser amiga de ese dolor, a no tenerle miedo a sentirlo, a dejarle que me atraviese y se quede un rato conmigo, mientras veo una película. Quiere quedarse un rato con él, quiere que llore un poco, quiere que los recuerdos vuelvan a mí y me acongoje. Bueno, es así. Convivo con eso como si fuera una espinita que no he sido capaz de retirar y que ha formado cayo, y paso mi lengua y compruebo que sigue ahí. Ya no me duele igual, sino que me acompaña y me recuerda que lo más valioso fueron las decisiones que tomé: esas que me hacen sostener el tronco hasta que la tormenta pase, para que, cuando salga el sol, pueda cuidar de ese árbol que me dará sombra algún día.