, debería decir más a menudo a la cara lo gilipollas que me parece la gente. La verdad que tanta cordialidad a veces me satura, y es que, por no bajar al nivel en que se comporta el susodicho, acabo manteniendo las formas y bajando la cabeza. Luego me corroe por dentro. Aprendo. Sí, bien. Pero me quema y me ulcera.
Resulta que el otro día estaba tomando algo con una amiga y llegó un conocido suyo, que se nos unió. Al final, el tipo este, consiguió que nos moviésemos de sitio y acabásemos donde él quería, y aduciendo que tenía muchísima hambre se pidió un par de platos para cenar, a lo que nosotras le dijimos que no nos apetecía. Cuando trajeron la comanda insistió bastante en que probásemos lo que había pedido. Yo esto lo entendí como un gesto de cortesía, y probé ambas cosas. Pero ya me resultaba raro que no paraba de insistir en que volviese a probar los platos. Volví a hacerlo, pero a la tercera que lo repitió ya le dije que realmente no tenía ganas de cenar.
Pero ya estaba la jugada organizada. Cuando trajeron la cuenta, repartió el monto en tres y pagó su parte con tarjeta. Me quedé con las bragas en la mano. Pagué mi parte y me piré. Tres días después me sigue quemando.
Igual en un momento así la educación no consiste en callarte, pagar y no volver a dejar que se repita la situación. Igual hay que actuar con determinación y ponerle la cara colorada al listo de turno. Me pesa muchísimo la opinión de mis padres de haberme instruido en intentar siempre evitar cualquier conflicto. Creo que ante una persona descortés no cabe una pasividad en forma de silencio. Admiro a aquellos que saben lidiar con gilipollas, con la gracilidad que le otorga mantener las formas en todo momento. Nunca es tarde para seguir aprendiendo.
¡Feliz Octubre!//
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